1. El fin de Spiderman. Amazing Spider-man #50 (1967). Guión: Stan Lee; Dibujo: John Romita.
Y por último, llegamos al mejor cómic de Spiderman de la historia. Un
número redondo, el 50, con John Romita en su mejor momento y Stan Lee
haciendo la historia definitiva del personaje, enfrentado no al Doctor
Octopus o al Duende Verde, si no a sí mismo: a sus propios miedos y
dudas. Peter, harto de las difamaciones del Bugle, del miedo de la
gente, de la persecución constante de la policía, de renunciar a llevar
una vida normal para dedicarse a ser Spiderman, abandona su identidad
secreta, y lo hace en la mejor viñeta no ya de sus colecciones, sino de
toda la historia de Marvel: el traje abandonado en un cubo de basura
mientras Peter se aleja bajo la lluvia. El drama marveliano cobraba una
nueva dimensión al enfrentar su mundo de colorines y fantasía
superheroica con la cruda realidad del mundo más allá de la cuarta
pared: “Cuando me convertí en Spiderman, sólo era un adolescente
irreflexivo. Pero han pasado los años, y el mundo ha cambiado… Y tarde o
temprano, todo muchacho debe abandonar sus juguetes y convertirse en
hombre”. Simplemente, la reflexión más dura que se haya hecho nunca en
un cómic de superhéroes, la más inteligente, la culminación de la
revolución del género que tan sólo seis años antes el propio Lee había
empezado al dotar a sus personajes de una dimensión humana y “realista”
que los acercara a sus lectores. Sin embargo, más valor tiene aún la
resolución de la historia —para mí—, cuando Peter intenta disfrutar de
su nueva vida sin preocupaciones y descubre que su decisión no le ha
hecho las cosas más fáciles, y acaba teniendo que reaprender el lema de
la serie, que todo gran poder conlleva una responsabilidad, y más
importante aún, que madurar no implica renunciar a ser lo que eres y
traicionarte a ti mismo. Al final del cómic Spiderman renace con más
convicción que nunca, con Peter aceptando su propia naturaleza y dándose
cuenta de que tiene que hacer lo que debe, pese a todos los problemas.
Con este número 50, se terminaba de definir al héroe, que se había
enfrentado a su prueba más dura, y se acababa con el proceso iniciado
con la muerte del tío Ben. Argumentalmente, estaba todo dicho: habría
sido el final perfecto para la serie. Pero como es obvio Marvel siguió
explotando su franquicia más lucrativa, editando algunos cómics muy
buenos, otros no tanto, y una gran mayoría de mierda pura. De alguna
forma, pese a los buenos momentos, tras este número todo fue repetir una
y otra vez los mismos esquemas —a estas alturas he perdido la cuenta,
por ejemplo, de cuántas veces ha colgado Spiderman el traje “para
siempre”—. Poco importa, de todas formas, para disfrutar de esta
maravilla, un tebeo que en plenos años 60 no contenía batallitas, pero
sí toda una lección de épica que más de cuarenta años después sigue
conservando toda su fuerza, y que muestra quién es Spiderman y qué le
diferencia de cualquier otro superhéroe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario